Te levantas y no hay ningún mensaje en el celular. Caminas hasta la cocina y bebes un poco de agua, te sientas en el sofá y miras por la ventana, calles y calles que se cruzan y por ellas pasan carros, muchos carros y piensas que en uno de ellos se fue tu alma, se fue tu esperanza, se fue tu vida. Te levantas y vuelves a mirar el celular como si en esos segundos hubiese llegado algo y no te diste cuenta, pero no es así, no hay ni habrá nada. Lo sabes, lo entiendes, lo comprendes, ella se fue, ella terminó por no aguantar más tus locuras, tus arrebatos de soledad y crítica constante sobre este mundo y sus cosas…
Todo lo que no sea racional no vale la pena, todo lo que no se pueda analizar y hallar respuesta no tiene sentido. Prefieres una vida vacía, pero empecinada en lo que te da vida y alegría. Eres feliz enfrente de esa máquina de escribir, de esos libros y de esas teorías que aunque algunas te suenan absurdas, tratas de creerlas y llevarlas hasta la máxima interpretación posible. Ella sigue, sabe que será feliz sin ti, te conoce y entiende por lo que pasarás y vivirás después de su partida, pero sabe que todo cambió y que las promesas fallarán y no puede soportar más dolor…, hacer sufrir es tu fuerte, no con intención, pero tus actos y verdades que se camuflan en la ironía y el sarcasmo son tus armas para esconder el dolor y los sentimientos terminando como siempre, haciendo daño, haciéndote daño.
De camino a casa, has comprado una botella de whisky y unas caja de cigarrillos, tomas algunos tragos y ves que es como una mandarina, has roto su cascara, abierto sus hojas y probado algunas, las primeras con sabor a dulce, la siguientes fueron ácidas y así consecutivamente en altibajos comprendiste que siempre supo a alegría y fracaso, pero tienes miedo de probar la última, así que tomas algunas hojas blancas, te sientas frente a la máquina y empiezas: «Me levante y no hay ningún mensaje en ese celular…»
Deja una respuesta